Los detectores de humos son uno de los elementos básicos de seguridad en cualquier residencia o edificio. Preciso, funcional y cómodo, cumple la función de alertarnos en caso de que aparezca una concentración de humo lo suficientemente grande como para tratarse de un posible fuego. Y, para convencernos de su utilidad, puede ser muy interesante conocer bien cómo funcionan.
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Generalmente, es un aparato eléctrico de poco tamaño. Se instala siempre en los techos, ya que es hacia donde tiende a subir el humo. Casi siempre pasan desapercibidos, por lo que visualmente no entorpecerán la habitación.
Funcionan gracias a una alerta de sensibilidad que avisa de cuándo existe una concentración de humo en la habitación que puede ser preocupante. A partir de ahí, emite un ruido atronador y muy fuerte para que todos los presentes o aquellos que estén en la zona puedan ponerse a refugio y llamar a emergencias. Cumple, por lo tanto, con una función crucial en la seguridad de los edificios.
Con todo, aunque tengan una función clara, podemos encontrar diferentes tipos de detectores. Estos son los más frecuentes.
Este no funciona precisamente según la sensibilidad por el humo. Lo que tiene es un rayo apuntando en una dirección, un haz de luz que se emite desde el propio aparato. Y, si en algún momento dicha luz se interrumpe, el detector se activa. ¿El motivo? Que si se corta la luz se da por hecho que sería a causa del humo.
Tienen un funcionamiento bastante más complejo. En una habitación crean una red de iones, y, si dicha red se interrumpe, el aparato considera que es a causa del humo. Como tal ejercer perfectamente su función. Sin embargo, tienen la contrapartida de que resultan difíciles de reciclar.
Este aparato no tiene como indicador el humo, sino la temperatura. Generalmente, se activan a partir de datos muy altos, como pueden ser prácticamente los 70 grados. Para edificios concurridos no son útiles, pero sí lo son para garajes o para cocinas, por ejemplo. Es decir, en sitios donde, por lo general, ya existe una importante concentración de humo y un detector, y en los que, por lo tanto, saltaría con demasiada frecuencia.
Elijamos el que elijamos, restaría ahora realizar una instalación en condiciones del aparato. Hay que tener en cuenta que, si bien todos los detectores que hemos comentado son interesantes, lo más inteligente a la hora de proteger y blindar un edificio suele ser combinarlos debidamente.
Dependiendo de la habitación, de sus condiciones, su estructura o incluso del uso que vayamos a hacer de ella, habrá que optar por uno u otro. Ya hemos visto que los térmicos son útiles para espacios en los que, de manera habitual, se concentra el humo. Por lo tanto, si es una zona donde se permite fumar, o donde se cocina mucho, esta será la mejor opción.
El modelo óptico, por otro lado, parece el mejor y el más interesante en espacios de oficina o del hogar. Dependerá de las necesidades que tengamos.
Finalmente, su mantenimiento e instalación son importantes. Hay que ponerlos en un lugar central del cuarto, y revisar de manera regular la batería del aparato. Esto es algo que los instaladores nos dirán, dependiendo del modelo y demás.
En definitiva, los detectores de humos son piezas imprescindibles en la seguridad contra incendios de los edificios. Protegen los bienes de las habitaciones, las infraestructuras y salvan vidas. Por eso es esencial que nos acostumbremos a contar con ellos en nuestras viviendas o espacios de trabajo. Lo único que tenemos que hacer para ello es contar con una empresa con trayectoria y profesionalidad.
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